El ultimo portador

Decían que era el mesías, algunos decían que era su dios, otros decían que simplemente era un héroe, de carne y hueso, lo que, a mí, como agnóstico y fiel creyente de la ciencia, le daba muchísimo más valor. Todos hablaban de ese objeto místico, esa obra de arte. Decían que justo esa, con todos sus detalles, le daba a la persona correcta y necesaria, el poder y rango de ser un hidalgo alagado, con sentido, por su pueblo. Pero, ojo, la leyenda narraba que había que ser merecedor de recibir esta, y que no muchos eran dignos de portarla. Una armadura. Algunos la describían como el cielo, otros la describían otorgándole la majestuosidad del océano. No hace falta tirarle adjetivos mitológicos o religiosos a todo lo que nos hace bien, mejor dicho (o en mi opinión) no está bien. Estas caracterizaciones le quitan el valor humano a lo humano, lo más importante en un ser con estas condiciones duales. El humano no es un organismo que tiende al equilibrio, comparable con un animal, el humano tiene valores, sentimientos, pasiones. El humano es un sujeto político. Ser un ser mágico, significa que no se es un ser humano, que no se pasa por lo que vive un ser humano, y no se lucha lo que lucha un ser humano. Adjetivar a algo tan enorme, con algo tan trivial y con tan poco contenido, siempre me pareció incorrecto y hasta denigrante. Pero algo interfería con este conocimiento verdadero humanístico, y era esa coraza.

Ese día estaba en el campo de batalla. Él también estaba ahí, poniendo el pecho y las gambas por nosotros, como siempre. Estábamos afuera del país, pero, ese día, puedo jurar que la tribuna de atrás del arco, que daba a Huipulco, era un fragmento de nuestra patria. Nunca en años de batalla vi algo así, y tampoco lo volveré a ver. Todos le gritábamos a él, sabíamos quién era, pero no sabíamos lo que se venía.

El combate comenzó. Ese día no se combatía solo por ese día. El concepto semiótico era mucho más grande. El combate significaba la historia, la injusticia. El duelo era todo un pueblo boxeando e intentando noquear al oponente luego de 11 asaltos. Como en todo equipo, hay varios puestos. Es un engranaje, si algo sale mal, repercute en todo el sistema. Nosotros cumplíamos nuestra mundana función.

Esta cita tenía la peculiaridad de durar nada más ni nada menos que 90 minutos y pico. Por cuestiones metódicas y diplomáticas (como lo hay en todo lo humano) el enfrentamiento se dividía en dos momentos, cada uno de 45 minutos. Nosotros éramos 30 millones, en ese momento. Ellos, no se. Ni me importa.

Los primeros 45 minutos fueron tensos, pero tranquilos. Se corría la bola de que el portador de ese preciado objeto se estaba paseando por el césped que teníamos frente a nuestros ojos. Luego de algunas idas y vueltas, dejarme las manos sin uñas, y algunas puteadas, termino el primer tiempo. En la guerra no hay ni pausas, ni reglas. Una tal primera ministra lo demostró el 2 de mayo de 1982.

Nunca paramos de demostrar nuestro apoyo a ese conjunto de seres humanos (creo) que le toco salir a combatir aquel día. Empezó la segunda mitad. En esta se definía todo. El campo ardía. Ya había caídos. Al cabo de seis o siete minutos de reiniciada legítimamente la cuestión, sucedió el primer episodio cuasi mitológico. En términos de ciencia, incomparable e inexplicable. La batalla se estaba moviendo para nuestro lado, estábamos justo detrás de su territorio.

En un abrir y cerrar de ojos, el pibe de oro, con pantalones cortitos, morocho, altruista y con rulos, estaba volando. Un fenómeno inexplicable. ¿Cómo hace un ser humano para volar? ¿En qué momento este flaco está volando? Miles de preguntas pasaron por nuestras cabezas en ese momento. Ahí dimos el primer golpe, y el nocaut empezó a construirse. Comenzamos a afirmar que estábamos viendo al portador adelante nuestro. Cuando aterrizo, luego de esa volada fenomenal, toda la patria se unió y confió. El engranaje funcionaba perfecto. Algo acá no cerraba. La perfección no existe, ¿Qué es la perfección? ¿Cómo se describe algo perfecto? ¿Quién soy yo, quienes somos nosotros para decir que es perfecto y que no? Yo no soy nadie, pero nosotros somos algo inexplicable, y eso que estábamos viendo era la gesta de la exquisitez. Y un tipo volando, eso era imposible. Era, por que, después de ese momento, ratifico que no lo es.

Aterrizó. Nosotros seguíamos volando, simbólicamente hablando. Cuatro minutos después, por fin confirme que estaba siendo observador del portador de la coraza. Todos lo confirmamos.

De la nada, no. Desde el todo, este ser empezó a bailar entre los demás humanos. ¿Bailando en una guerra? Si, bailando. Era arte lo que estábamos vislumbrando, Víctor Hugo lo traducía para nosotros, simples mortales, como un poema. El arte es la rebelión del hombre ante la malvada estupidez de los sucesos cotidianos. Desde el punto central de la arena, hasta territorio enemigo, danzando, siendo ayudado por sus compañeros. Ninguno tuvo los huevos de aniquilar al rival con tanta sutileza (tan grotesca a la vez) y con tan pocas pinceladas como él. Siempre él. Lo marcaban dos. Pero arranco igualmente por la derecha. Corrió, bailo y narro. Llegó. Y en ese momento, a los 55 minutos de la segunda mitad, paso lo que cambio mi vida y la de todos los miembros de mi patria. Un pibe, no cualquier pibe, ese pibe, había aniquilado a 47 millones de ingleses. Les pinto la cara, y demostró el poder de Fiorito ante todo bien valorable. El “azteca” se caía, los últimos pilares del imperio opresor se derrumbaban (aunque al día de hoy, quedan algunos) el pibe de rulos era un ente divino.

Yo no creo en dios, pero la ciencia no puede explicar todo. El que no estuvo ahí, no lo va a saber describir jamás. Si ese flaco no es un dios o un ser mitológico, ¿Qué carajo es?

Con el tiempo vuelvo a lo de siempre, no se le debe atribuir a todo lo increíble o feliz el carácter religioso. La religión es nuestro opio. Nuestra panacea. No debe ser así. Hay que derrotar a las penumbras, hay que exponer las incongruencias y el arte es uno de los principales medios para explayar esto. Ese pibe nos salvó, dicen que su coraza puede ser heredada, pero sinceramente creo que nunca más en la historia vamos a poder presenciar algo así. A día de hoy, hay algunos rastros referidos a por donde anda esa casaca, poco a poco se ven los cimientos. El portador es esencial, no se es digno de ella de un día para otro. Es un proceso meramente espiritual que puede tardar siglos. No se le concede a cualquiera. Se supo no mucho de este tal “Pelusa” Solo las cosas que más vendían, pues la sociedad es ingrata en algunos aspectos, muchas veces siendo cómplice de operaciones sin darse cuenta. No es su culpa, el tema son esos que andan por ahí arriba.

“Y vos en qué crees entonces?” me preguntan mis cercanos. A mí no me importa que piensen, que me digan que soy poco objetivo, que me vengan con explicaciones físicas o matemáticas. Yo sé quién es el, se lo cercano que es a mí. Se que le debemos muchísimo. Yo creo en el 10 de Fiorito. Yo creo en su obra. Creo en su futbol. Ese dios con su coraza y pantalón cortito. Pero como un reconocido pensador dijo alguna vez “La obra no puede ser mejor que el artista” y en eso, estamos de acuerdo.




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