Una crónica sobre la 46.ª Feria del Libro

Eran los últimos días de la feria. Dos años extrañándola, y no había podido ir ningún día de las dos semanas y pico en la que esta estuvo disponible. Temas familiares, compromisos, la universidad, etc. Por fin el último fin de semana, el domingo, di presente. Fui junto a mi novia en ese momento, Ainhoa. Partimos desde Mataderos a eso de las tres de la tarde, después de despertarnos tarde y comer algo. Tomamos “el 80” a la vuelta de mi casa, para después de unos treinta minutos hacer combinación con “el 34” todo derecho por Juan B. Justo, por MetroBus, en 20 minutos, ya estábamos en el barrio porteño de Palermo. Nos bajamos en Av. Santa Fe. Los carteles con luces atosigando, la policía de la ciudad dando indicaciones nulas, la locura de las comunas centrales de la ciudad porteña. Intentamos ubicarnos, caminamos unas cuadras, y luego de unos minutos ya estábamos en Av. Sarmiento, la entrada de “La Rural” eran las cuatro de la tarde. Tenía sentimientos cruzados, estaba feliz por estar allí, pero me molestaba el hecho de haber llegado tan tarde. Pequeños pensamientos que se me aparecen cuando, de alguna u otra forma, rompo con mi estructura referida a la puntualidad. Por suerte, Ainhoa, de cierta forma me comprendía y me relajaba.

La fila parecía infinita, preguntamos al personal de seguridad y nos indicaron por donde debíamos ir. Habíamos sacado las entradas por internet.

- Esto es tremendo, no entramos más -dijo mi novia-. No me banco este quilombo.

- Tranqui, en un segundo entramos, avanza rápido esto -dije, mintiéndome a mí mismo, que ya me veía venir un largo rato de espera.

La cola daba una vuelta enorme. Al cabo de más o menos 30 minutos, seguíamos parados. Abundaban los vendedores deambulantes, hacia calor, había muchísima gente, y la bebida adentro, un dato sabido, era carísima. Compramos un refresco, una Coca-Cola. Pasaron 2 o tres minutos y la fila comenzó a moverse. Llegamos a la boletería, saqué mi teléfono del pantalón, mostré las entradas desde mi E-Mail, pasamos el molinete, que se me trabo aproximadamente unas 3 veces, y por fin estábamos adentro.

- ¿Que vamos a hacer? -me preguntaba Ainhoa- No vimos mucho.

- Dejemos que fluya, por lo menos ya estamos acá -respondí.

La visita a la feria había surgido de manera desprevenida, nuestra idea era ir un día de semana para así acceder al beneficio por ser estudiantes y obtener una entrada sin valor, como esto no se pudo y mucha plata no teníamos, habíamos decidido cancelar el plan. Pero ese domingo, decidimos darnos un gusto (aunque suene triste decirlo así)

Arrancamos a caminar, como se habitúa en la feria. Estaba llenísimo de gente. Dimos los primeros pasos, giramos a la izquierda y nos chocamos de la nada con un stand de Santiago Del Estero, la “Madre de ciudades” Nos encajaron 3 bolsas, todas con biromes, stickers, anotadores y mapas. Se dio a entender cómo, las termas de rio hondo y el reciente estadio, que toma el apodo de la ciudad, son sus orgullos. Las tomamos como una recompensa o un regalo por pagar la entrada.

El caudal de gente era enorme, caminábamos, veíamos, pero costaba observar. Cruzamos al segundo pabellón, donde nos encontramos con stands de varios medios de comunicación. Vimos puestos como el de Telam, Clarin, Pagina 12, entre otros. Nos acordamos que en la página web decía que, al comprar la entrada, nos otorgaban un “chequelibro” que servía para comprar libros fuera del evento, en librerías independientes y seleccionadas, una vez que la feria termine. Al instante comenzamos a buscar donde se podía conseguir ese tal regalo. Dimos unas vueltas al pabellón, jugamos a un juego de preguntas y respuestas en un puesto del Banco Provincia, verde, luminoso, lleno de gente. Ganamos otra bolsa, otra birome y otros papeles, para luego encontrarnos con el puesto de canje, en donde dabas tu entrada (ya utilizada) y te entregaban el chequelibro.

-La entrada -dijo la mujer que estaba detrás del vidrio del puesto de canje, con una voz áspera y referida un ser humano no muy contento.

Yo, el que tenía las entradas, la escuché, pero pensé que le hablaba a otra persona. Ainhoa pensó que la había escuchado, y había entendido, entonces se me quedo esperando. Me encontraba en una de esas nubes en las que me gusta meterme. Suelo hacer ejercicios de extrañamiento cuando paso por lugares muy concurridos socialmente, pero también, disfruto del ejercicio de filosofía barata.

- ¿Por qué el piso es rojo? Esto pertenece a la sociedad rural (haciendo referencia al predio) tremendo lo de estos tipos y la pregnancia de su poder y caudal económico -me preguntaba y afirmaba a mí mismo.

También observaba ciertos hechos sociales, como el de sacarle fotos a los premios obtenidos en los distintos juegos de los puestos, el de hacer filas larguísimas para conseguir una bolsa de un banco que diga “Seguimos creciendo y ayudándonos mutuamente” el de gastar quinientos pesos en una botella de Mirinda y recalcar como todo se esta yendo al carajo. “Que loco la gente, ¿no?” pensaba. Me gustaba también ver que libros compraba la gente, parecía un paciente del Borda, husmeando las bolsas que llevaba la gente e intentando ver, con la poca visión que lograba obtener, el nombre los títulos. Cuando Ainhoa me veía, me tocaba el brazo y largaba un “Los vas a asustar” Yo siempre creí que la gente entendería mis mañas.

Cuando mi pensamiento místico cuasi filosófico se estaba elevando a altísimos niveles de verdad absoluta, una voz arruino mi estado zen:

- Flaco ¿vas a mostrar las entradas o no? -dijo la chica detrás del vidrio.

En ese mismo momento, recibí un codazo de mi novia. Entendí que era el fin del momento filosófico. Saque el celular del pantalón, le explique que teníamos entradas virtuales, me dijo que no pasaba nada. Le cante unos números.

- Perfecto, muchas gracias. Acá tienen sus chequelibros. Espero que los disfruten -agrego, con un tono casi sarcástico.

Riéndonos volvimos a la caminata. Reflexionando sobre el stress laboral y las consecuencias que puede tener. Eran ya las seis de la tarde. Decidimos entrar a la presentación de un libro. Caminamos hasta el último pabellón, buscamos la sala en donde supuestamente era el evento, entramos, nos sentamos, y esperamos. A las 18:30, arrancó. En teoría era el nuevo de Pigna, “Calles”

- Que placer tenerlos aquí de vuelta, ¡querida comunidad científica! -dijo, con un tono alegre, un tipo con una bata blanca.

Sinceramente a ambos nos resultó raro, la mire a Ainhoa, ella me miro y seguimos prestando oído.

- La química es cierta, interesante, y está en todos los aspectos de la vida!

Estábamos viendo una presentación y divulgación de: “Todo es Cuestión de Química: Y Otras Maravillas de la Tabla Periódica” un libro de una tal Deborah García Bello. Evidentemente estaba muy lejos de las ciencias sociales. Nos reímos.

- ¿Qué hacemos boludo?

- Ya fue, vamos a aprender un poco de química. Igual a nosotros no nos falta.

El texto pretendía de cierta forma, describir, a través de ejemplos cotidianos, muchos conceptos, desde qué es un átomo o una molécula, hasta cómo funciona un fosforo o una pila. Daban explicaciones sencillas a temas complicados, con ilustraciones ayudaban bastante.

El científico (que cumplía totalmente con el estereotipo de “científico loco de bata”) era bastante fácil de oír. Se desempeño muy bien. Luego de esta magistral clase, decidimos empezar a reconocernos como “conocedores de química básica”

Una hora y media después, se dio por terminada la charla. Decidimos salir del predio, comiendo unos churros que habíamos encontrado en la mochila que llevábamos (eran de dudosa procedencia)

- ¿Dónde nos tomamos el bondi ahora? -le pregunte a Ainhoa

- Vos seguime a mí.

Caminamos unas cuadras por Palermo, agarrados de la mano, charlando.

 Ese día, ella me llevo a la química conclusión de la desestructuración general de las cosas o hechos. Algunos compuestos químicos deben dejarse fluir para lograr la reacción buscada, o el “buen funcionamiento” Si apuramos algunos de estos, puede suceder una catástrofe. De igual si cometemos un error, hay varias formas de volver a encaminarlos, a veces de manera más sencilla y a veces de manera más complicada. En ciertos casos y en distintas oportunidades, cuando se “vuelve a encaminar” el compuesto, y se lo “deja en paz” pero, con cierto aprendizaje detrás, el compuesto puede obtener notables mejorías y grandísimas elevaciones en su rendimiento. Quizás es verdad que todo es química. Puede ser una linda forma de llevar la vida. Eso y más aprendí de su quimica, eso y mas aprendí de su vida, y de ella.



Comentarios