Una vuelta por la feria del libro de sociales

Dia del parcial de historia. Terminé de rendir, feliz, tranquilo por la presión que se estaba quedando atrás, en el aula SG105, de mi querida facultad de sociales.

Bajando la escalera, le iba avisando a mi mama que ya había terminado de rendir. A veces es tal la ansiedad que transmito, que transfiero los nervios. Le comentaba que me había ido super bien y que en un rato andaba por mi casa. Bajaba con ganas de irme a casa, de llegar a la parada del bondi, subirme y dormir hasta Directorio y Murguiondo, la esquina de mi barrio, donde me bajo. En ese largo minuto en la escalera, cuando toque la planta baje, me choque con un puesto que tenía libros, adelante mío. Camine unos metros por el “pasillito” que conecta la escalera con el comedor. Iba mirando la cantidad de folletos en el piso, nunca me paran de impresionar.

Una vez que llegue al puesto, con toda mi emoción por saber que allí estaba y averiguar de que se trataba, mire a mi derecha y vislumbre que no era un solo puesto. Había muchísimos más.

Mire hacia la izquierda, el lado de la salida, un enorme cartel decía “feria del libro en sociales” El cartel era realmente imposible de no ver, pero en mi alienación y sueño a la mañana, antes de rendir, evidentemente, lo pase de largo. Además, hablamos de mi primer año presencial en Sociales, no sé cuáles son sus tradiciones.

Comprendí que había una feria del libro en la facultad y con la emoción que los manuscritos me transmiten, comencé a caminar.

- Están baratísimos en comparación a otros lados -decía una voz emocionada, detrás mío, revisando libros apilados en una mesita cubierta por un trapo negro.

Me puso feliz escuchar eso, y fui a comprobarlo por mi cuenta. Me acerqué al primer puesto “El lector” y pude confirmarlo. Instantáneamente un sentimiento de dicha me invadió. El libro, como símbolo y hecho, debe ser accesible, el conocimiento y la ciencia de las hojas debe ser del pueblo y para el pueblo.

Los libros me ganaron, y a pesar de no tener dinero para comprar alguno, seguí revisando el repertorio disponible en el puesto en el que estaba. Me encontré con bibliotecas básicas socialistas, tanto textos de Lenin, Marx o Trotsky, como con textos históricos esenciales.

Decidí pasar al siguiente puesto, llamado “La flor” vendía libros “usados” digamos, de re-venta. Siempre me llaman la atención los puestos así, uno encuentra joyitas, inéditos. Y por supuesto precios mucho mas baratos.

-No me gusta, mucho cuento -dijo un chico, con un pantalón particularmente verde, que estaba a mi lado

Me acerqué. Era un puesto que databa de dos mesitas. Cada una con un mantel de color distinto, uno gris y el otro azul. Ambas llenas de antologías de cuentos. Me encanto.

Particularmente me gusto un libro. Catedral, de Raymond Carver. Ese día no tenia dinero, asique opte por regresar al día siguiente. Antes de irme, me acerque al librero y le pregunte con suma apertura a cualquier respuesta, si me podía reservar el libro, que mañana, si o si, se lo compraba. El señor, grandote, de cuello ancho y de cara voluptuosa, con su bufanda casi tapándole la boca me observo y me dijo:

- Llévalo pibe, mañana me traes la plata -dijo el grandote, dándome un papelito del puesto

Me sorprendió.

- ¿En serio jefe? no se haga drama, mañana me lo llevo -respondí, avergonzado, uno no esta acostumbrado a esas costas, uno ni siquiera las hace.

- ¿Vos me lo vas a pagar después? -me respondió como con un tono alegre

- Si, por supuesto

- Entonces ahí te lo pongo en una bolsita.

Le agradecí en doscientos idiomas, tome la bolsa avergonzado, realmente no sé por qué, y me fui.

Al otro día, me levante temprano como todos los días, abrí la persiana, vi el amanecer barrial, me tome un café negro, y fui caminando tranquilo a la parada del 80 a la vuelta de mi casa. A primera hora, cuando “La flor” todavía no había acomodado todos sus libros, pero el vendedor estaba ahí, ya estaba en la facultad. Me acerqué.

- Ah, viniste. Que gusto -me dijo el vendedor.

- ¿Cómo es tu nombre? -pregunte.

- German

- Un gusto, German

Tenia los $590 en la mano, listo para pagarle.

- Deja, no hacen falta -me dijo German de la nada.

- Mira si no van a hacer falta -le dije riéndome y acercándole la mano- tomá, son tuyos

- Me pagaste con tu honestidad, este va de mi parte

Hablé un rato con German, le seguí insistiendo. Nunca tomo mi dinero. Sinceramente, me llevé un lindo recuerdo, y un compañero.




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